"Tras
acompañarla hasta el hotel mis servicios habían terminado, y aunque
no era la primera vez que me prestaba a acompañar a una distinguida
dama a ciertos eventos sabía en mi interior que aquella había
resultado completamente diferente a las anteriores.
Durante
la cena había podido advertir como se refugiaba en mi, como
queriendo evitar relacionarse con el resto de invitados. A diferencia
de otros servicios prestados, era como si ella fuese la novata y yo
veterano pese a la enorme diferencia de edad existente entre ambos.
A
nadie escapaba, sobre todo al resto de señoras que siempre parecían
fotografiarme de arriba a abajo, que yo era un mero acompañante
contratado para hacer más elegante su presencia en la fiesta, pero
ella actuaba de manera diferente mostrando un inusitado deseo en que
pareciese del todo real una relación inexistente entre ambos. Ella
se esforzaba en hacerme sentir bien, pese a que yo meramente cumplía
con el trabajo encomendado.
Poco a
poco fui descubriendo, por como se comportaba, la falta de cariño a
la que estaba sometida en su vida cotidiana, descubriendo que lejos
de sentirse acompañada buscaba sentirse realizada como mujer junto a
mi. Para ella la situación era como ver cumplido, aunque solo por
unas horas, un sueño en el que sentirse deseada estaba por encima de
todo. Poco le importaban los comentarios que pudiera arrastrar
consigo de las arpías allí congregadas o que alguien pusiera en
conocimiento de su marido su actitud desenfadada, pero yo estaba
cumpliendo con mi trabajo y no podía permitir dejarme arrastrar por
sus movimientos, pese a resultarme apetecible la madurez de su
estilizada figura y su penetrante mirada.
- ¿No
subes? -me preguntó ante la fiscalizadora mirada del portero, que
sujetaba la puerta del taxi.-
Algo
hizo en mi interior que me dejara llevar y baje de vehículo sin ni
siquiera contestarle. Ella sonrió y ganó varios pasos de ventaja
adentrándose en el hotel. Yo, ante la atenta mirada del
recepcionista que me veía cruzar el hall de entrada sin comprender
que estaba haciendo, al saber de mis labores, arranque de mi cuello
la corbata y le guiñé un ojo haciéndole saber que esas labores
habían concluido y era libre de hacer lo que quisiese, pese a no
resultar del todo ético.
Al
cerrarse tras nosotros la puerta del ascensor, ella no me dirigió la
palabra en contra de lo que había hecho a lo largo de toda la
velada. Distraída, mirándose en uno de los espejos, me hizo dudar
sobre lo acertada que podría resultar mi decisión, pero decidí
seguir hacia delante y la rodeé con mis brazos ciñendo mi pecho
contra su espalda. Ella cerró sus ojos, apretando con firmeza mis
manos contra su vientre.
Era
alta, delgada y poseedora de unos voluminosos pechos, contra los que
poca resistencia podría oponer un joven deseoso de hacerse dueños
de ellos. Perfectamente maquillada y peinada, ocultaba cualquier
signo de envejecimiento, y el aroma de su caro perfume me tenía
cautivado desde que la recogiera en la tarde.
Instantes
después, al anunciar el timbre que habíamos llegado, retiró
bruscamente mis manos de ella y salió del elevador estirándose su
vestido y pisando con firmeza el enmoquetado pasillo que llevaba
hasta su habitación. Continuaba sin mediar palabra.
Al
adentrarnos en su suite se encendieron todas sus luces, y el glamour
de aquél lujoso establecimiento se convirtió en cómplice del
hechizo al que parecíamos estar sometidos los dos. Al fondo una
majestuosa cama con dosel resaltaba sobre una exquisita decoración,
rica en espejos y molduras doradas enmarcando espléndidas pinturas,
y una moqueta azul que cubría toda la estancia. Frente a ella, sobre
un secreter de caoba, una enorme cesta de frutas tropicales y una
champanera dorada con una botella de “Veuve Clicquot” helada
junto a dos copas aguardaban para darnos la bienvenida.
Continuaba
sin hablarme, y no se hasta que punto comenzaba a incomodarme la
situación. Ya había dado un primer paso en el ascensor saltándome
el reglamento, ¿que esperaba de mi? Fui a acercarme de nuevo a ella,
pero me esquivó mirándome fijamente hasta encerrarse en el baño.
Así, que con las mismas, me dispuse a descorchar la botella y a
encender el hilo musical. Serví las dos copas y me dirigí a
sentarme hacia uno de los mullidos butacones que estaban colocados
cerca de los balcones de la suite. A mi paso fueron apagándose las
principales luces permaneciendo encendidas las indirectas
distribuidas desordenadamente por toda la estancia.
Poco
después, aún con el mismo atuendo pero descalza, se acercó hasta
mi. Me levanté y le ofrecí su copa. La miré y adiviné que había
estado llorando. No dije nada, no dijo nada. Levantó sus ojos hacia
mi, y ofreció su copa para que brindásemos. Lo hice, y bajo los
acordes de “la vie en rose” de Edith Piaf , comencé a besar sus
labios sin prisas, sin dejarme avasallar por el deseo, pero ella
pronto me despojó de la chaqueta y comenzó a desabrocharme la
camisa. Sonreí, pero no me correspondió. Unas lágrimas volvieron a
asomar en sus ojos y me incomodé.
- ¿Quiere
que me marche? -pregunté rodeado por las dudas y desconcertado por
el momento.
- ¿Quieres
marcharte? -replicó besando mi pecho y dejando sus lágrimas en
el.-
No
había ni cabía respuesta alguna. Besé sus cabellos e intenté
seguir el ritmo del principio, pero pronto sentí como clavaba sus
uñas en mi espalda y como desataba toda su pasión sobre mi. Deje de
tomar la iniciativa, y por primera vez en la noche pareció tomarla
ella. Se detuvo. Me miró, y supe que no era eso lo que esperaba. La
desnudé con fiereza y comencé a besar su pechos y a mordisquear sus
firmes pezones. Pronto su silencio comenzó a tornarse en lamentos,
mientras su respiración y la mía comenzaban a acelerarse al un
mismo tiempo. La tome por los muslos y la cogí a horcajadas hasta
llevarla a la cama. Allí, comencé a recorrer todo su cuerpo con mis
labios haciendo que comenzara a contorsionarse, mientras ella hundía
mi cabeza entre sus muslos, deseando sentirse mujer. Anhelaba
disfrutar muy por encima de que lo hiciese yo. Parecía cansada de
ser ella la que ofreciera placer y supe que así era. Me olvide de
mi, pese a que mis impulsos joviales querían obligarme a hacer todo
lo contrario, y comencé a amarla hasta hacerla llegar al éxtasis.
Por un
momento aparentó estar satisfecha, quizás por remordimiento, quizás
por su propia confusión, pero volví a girar su cuerpo bruscamente
sobre la cama e hice que se montara sobre mi. Tenía ganas de
disfrutarla, tanto o más de que ella disfrutara y eso hice.
Continuaba sin hablar, pero sus gemidos me transportaban hasta un
lugar en el que no hacían falta palabras. Sus manos, mis manos, su
boca, mi boca, se encargaban de entablar la única conversación
posible, mientras yo intentaba de nuevo mantener mi virilidad intacta
para que aquél pasional juego no terminase hasta verla extenuada.
Hasta que al fin me pidiese que me marchara.
Perdimos
la noción del tiempo y arrastrados por una lujuria sin final, caímos
al suelo. Su violencia y ganas de experimentar nada tenía que ver
con lo que yo había conocido hasta el momento, pero accedí gustoso
a complacer todos sus deseos hasta que llegó el momento en el que me
impuse, siguiendo sus reglas del juego, y decidí que era necesario
para mi someterla como hubo hecho ella con anterioridad. Ella supo
leer mis movimientos a la perfección, se dejó llevar y buscó que
alcanzara el orgasmo sobres sus pechos. Exhaustos, y tras acabar con
la botella de champagne, comprendí que todo había terminado. A
continuación hizo el giro de ir a buscar su bolso y la detuve. La
miré a los ojos y la besé con la suavidad del primer beso que le
di.
- Óyeme,
no es este mi trabajo, no te equivoques. Ambos hemos disfrutado y
ambos sabemos que no volveremos a vernos. Solo deseo que te vaya
bien, y que sepas que jamás podré olvidarte.-le dije, mientras
comencé a vestirme.
- Pero
yo...
- Pschhh.-la
calle tapando su boca con mi mano.- No has hablado antes...no lo
estropees ahora. Te comprendí sin necesidad de que mediaras palabra
alguna, y ahora solo me transmitirías confusión."
4 comentarios:
Como me gusta ver tus letras aquí donde están todos tus tesoros y el que sigue siendo mi rincón favorito...Vaya relato bonito cargado de pasión entre dos desconocidos que parecen conocerse desde siempre, ¿palabras?, para que???? no las han necesitado para nada y sin ellas se recordaran para siempre.
Precioso Salmorelli y GRACIAS por pasar y dejar tus escritos.
Un Baccio.
Pd. progresas adecuadamente ;O)
Muy sensual, apasionado y por supuesto...las palabras sobran...
un abrazo
Gracias por compartir esta bella tierra ....un abrazo al corazón....gracias jefe¡¡¡¡y Mary¡¡¡
Intenso y apasionado relato, Sobran las palabras , un abrazo Salmorelli
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