sábado, 16 de noviembre de 2013

"SIN PALABRAS...HAY GLAMOUR" otro registro.

"Tras acompañarla hasta el hotel mis servicios habían terminado, y aunque no era la primera vez que me prestaba a acompañar a una distinguida dama a ciertos eventos sabía en mi interior que aquella había resultado completamente diferente a las anteriores.

Durante la cena había podido advertir como se refugiaba en mi, como queriendo evitar relacionarse con el resto de invitados. A diferencia de otros servicios prestados, era como si ella fuese la novata y yo veterano pese a la enorme diferencia de edad existente entre ambos.

A nadie escapaba, sobre todo al resto de señoras que siempre parecían fotografiarme de arriba a abajo, que yo era un mero acompañante contratado para hacer más elegante su presencia en la fiesta, pero ella actuaba de manera diferente mostrando un inusitado deseo en que pareciese del todo real una relación inexistente entre ambos. Ella se esforzaba en hacerme sentir bien, pese a que yo meramente cumplía con el trabajo encomendado.

Poco a poco fui descubriendo, por como se comportaba, la falta de cariño a la que estaba sometida en su vida cotidiana, descubriendo que lejos de sentirse acompañada buscaba sentirse realizada como mujer junto a mi. Para ella la situación era como ver cumplido, aunque solo por unas horas, un sueño en el que sentirse deseada estaba por encima de todo. Poco le importaban los comentarios que pudiera arrastrar consigo de las arpías allí congregadas o que alguien pusiera en conocimiento de su marido su actitud desenfadada, pero yo estaba cumpliendo con mi trabajo y no podía permitir dejarme arrastrar por sus movimientos, pese a resultarme apetecible la madurez de su estilizada figura y su penetrante mirada.

- ¿No subes? -me preguntó ante la fiscalizadora mirada del portero, que sujetaba la puerta del taxi.-

Algo hizo en mi interior que me dejara llevar y baje de vehículo sin ni siquiera contestarle. Ella sonrió y ganó varios pasos de ventaja adentrándose en el hotel. Yo, ante la atenta mirada del recepcionista que me veía cruzar el hall de entrada sin comprender que estaba haciendo, al saber de mis labores, arranque de mi cuello la corbata y le guiñé un ojo haciéndole saber que esas labores habían concluido y era libre de hacer lo que quisiese, pese a no resultar del todo ético.

Al cerrarse tras nosotros la puerta del ascensor, ella no me dirigió la palabra en contra de lo que había hecho a lo largo de toda la velada. Distraída, mirándose en uno de los espejos, me hizo dudar sobre lo acertada que podría resultar mi decisión, pero decidí seguir hacia delante y la rodeé con mis brazos ciñendo mi pecho contra su espalda. Ella cerró sus ojos, apretando con firmeza mis manos contra su vientre.

Era alta, delgada y poseedora de unos voluminosos pechos, contra los que poca resistencia podría oponer un joven deseoso de hacerse dueños de ellos. Perfectamente maquillada y peinada, ocultaba cualquier signo de envejecimiento, y el aroma de su caro perfume me tenía cautivado desde que la recogiera en la tarde.

Instantes después, al anunciar el timbre que habíamos llegado, retiró bruscamente mis manos de ella y salió del elevador estirándose su vestido y pisando con firmeza el enmoquetado pasillo que llevaba hasta su habitación. Continuaba sin mediar palabra.

Al adentrarnos en su suite se encendieron todas sus luces, y el glamour de aquél lujoso establecimiento se convirtió en cómplice del hechizo al que parecíamos estar sometidos los dos. Al fondo una majestuosa cama con dosel resaltaba sobre una exquisita decoración, rica en espejos y molduras doradas enmarcando espléndidas pinturas, y una moqueta azul que cubría toda la estancia. Frente a ella, sobre un secreter de caoba, una enorme cesta de frutas tropicales y una champanera dorada con una botella de “Veuve Clicquot” helada junto a dos copas aguardaban para darnos la bienvenida.

Continuaba sin hablarme, y no se hasta que punto comenzaba a incomodarme la situación. Ya había dado un primer paso en el ascensor saltándome el reglamento, ¿que esperaba de mi? Fui a acercarme de nuevo a ella, pero me esquivó mirándome fijamente hasta encerrarse en el baño. Así, que con las mismas, me dispuse a descorchar la botella y a encender el hilo musical. Serví las dos copas y me dirigí a sentarme hacia uno de los mullidos butacones que estaban colocados cerca de los balcones de la suite. A mi paso fueron apagándose las principales luces permaneciendo encendidas las indirectas distribuidas desordenadamente por toda la estancia.

Poco después, aún con el mismo atuendo pero descalza, se acercó hasta mi. Me levanté y le ofrecí su copa. La miré y adiviné que había estado llorando. No dije nada, no dijo nada. Levantó sus ojos hacia mi, y ofreció su copa para que brindásemos. Lo hice, y bajo los acordes de “la vie en rose” de Edith Piaf , comencé a besar sus labios sin prisas, sin dejarme avasallar por el deseo, pero ella pronto me despojó de la chaqueta y comenzó a desabrocharme la camisa. Sonreí, pero no me correspondió. Unas lágrimas volvieron a asomar en sus ojos y me incomodé.

- ¿Quiere que me marche? -pregunté rodeado por las dudas y desconcertado por el momento.
- ¿Quieres marcharte? -replicó besando mi pecho y dejando sus lágrimas en el.-

No había ni cabía respuesta alguna. Besé sus cabellos e intenté seguir el ritmo del principio, pero pronto sentí como clavaba sus uñas en mi espalda y como desataba toda su pasión sobre mi. Deje de tomar la iniciativa, y por primera vez en la noche pareció tomarla ella. Se detuvo. Me miró, y supe que no era eso lo que esperaba. La desnudé con fiereza y comencé a besar su pechos y a mordisquear sus firmes pezones. Pronto su silencio comenzó a tornarse en lamentos, mientras su respiración y la mía comenzaban a acelerarse al un mismo tiempo. La tome por los muslos y la cogí a horcajadas hasta llevarla a la cama. Allí, comencé a recorrer todo su cuerpo con mis labios haciendo que comenzara a contorsionarse, mientras ella hundía mi cabeza entre sus muslos, deseando sentirse mujer. Anhelaba disfrutar muy por encima de que lo hiciese yo. Parecía cansada de ser ella la que ofreciera placer y supe que así era. Me olvide de mi, pese a que mis impulsos joviales querían obligarme a hacer todo lo contrario, y comencé a amarla hasta hacerla llegar al éxtasis.

Por un momento aparentó estar satisfecha, quizás por remordimiento, quizás por su propia confusión, pero volví a girar su cuerpo bruscamente sobre la cama e hice que se montara sobre mi. Tenía ganas de disfrutarla, tanto o más de que ella disfrutara y eso hice. Continuaba sin hablar, pero sus gemidos me transportaban hasta un lugar en el que no hacían falta palabras. Sus manos, mis manos, su boca, mi boca, se encargaban de entablar la única conversación posible, mientras yo intentaba de nuevo mantener mi virilidad intacta para que aquél pasional juego no terminase hasta verla extenuada. Hasta que al fin me pidiese que me marchara.

Perdimos la noción del tiempo y arrastrados por una lujuria sin final, caímos al suelo. Su violencia y ganas de experimentar nada tenía que ver con lo que yo había conocido hasta el momento, pero accedí gustoso a complacer todos sus deseos hasta que llegó el momento en el que me impuse, siguiendo sus reglas del juego, y decidí que era necesario para mi someterla como hubo hecho ella con anterioridad. Ella supo leer mis movimientos a la perfección, se dejó llevar y buscó que alcanzara el orgasmo sobres sus pechos. Exhaustos, y tras acabar con la botella de champagne, comprendí que todo había terminado. A continuación hizo el giro de ir a buscar su bolso y la detuve. La miré a los ojos y la besé con la suavidad del primer beso que le di.

- Óyeme, no es este mi trabajo, no te equivoques. Ambos hemos disfrutado y ambos sabemos que no volveremos a vernos. Solo deseo que te vaya bien, y que sepas que jamás podré olvidarte.-le dije, mientras comencé a vestirme.
- Pero yo...
- Pschhh.-la calle tapando su boca con mi mano.- No has hablado antes...no lo estropees ahora. Te comprendí sin necesidad de que mediaras palabra alguna, y ahora solo me transmitirías confusión."