miércoles, 18 de agosto de 2010

"LA HUESPED" Relato breve



"...Vencer los miedos son parte determinante de nuestras vidas. Cuando uno puede verse inmerso en uno de esos mágicos momentos no debe dudar en aprovecharlo..."
La inspiración de este relato, llegó en una noche de charla entre amigos, en las que las palabras se juntaron para que una de las protagonistas del coloquio, confiara en dicha superación.

"...Sumergida en la atmósfera de una conversación trivial e intrascendente sobre temas relacionados con el mundo de los muertos y sus espíritus, la recién llegada al pequeño hotel rural, marchó algo indecisa hacia su habitación tras despedirse reiteradamente del grupo de familiares y amigos que la acompañaron durante la cena.

Lo que parecía broma para los demás, formaba parte de un sentimiento interior algo difícil de descifrar para ella y que se tornaba en verdadero temor a medida que se iba adentrando en el recibidor del Establecimiento. Su corazón, latía a descompás y su respiración parecía entrecortarse, mezcla de su propio miedo y de lo irrespirable que se hacía el sofocante calor que reinaba aún a esas altas horas de la noche.

Desde pequeña, Susana, sentía atracción hacia lo desconocido, y sus ganas de oír, ver e incluso vivir experiencias relacionadas con el más allá, se oponían de manera notable al momento de encontrarse con uno de ellas. Henchida de fingido valor, fue acercándose a las escaleras rememorando la cantinela con la que sus hermanas la martirizaban de pequeña hasta romper su tranquilidad nocturna; “Mamaita, ita, ita…”

Al posar con suavidad la mano sobre la madera del pasamano, éste pareció transformarse en acero. Un frío sepulcral, subió con avidez por su antebrazo helando hasta sus pensamientos, pero ya no cabía marcha atrás. Si regresaba con el resto del grupo, las burlas se prolongarían sin piedad, y una vez más quedaría como la miedica de siempre. Así, venciendo el entumecimiento de sus piernas, escaló los primeros peldaños sin dejar de mirar atrás.

Al girar su cabeza, la luz de una pequeña lamparilla pareció distorsionar su imagen al verse reflejada frente a una vieja cornucopia teñida de oro que dejaba al descubierto las huellas de carcoma que justificaban las décadas de años que habían embarnecido su apariencia, sintiendo un hiriente escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

En pocos segundos, recordó la leyenda que decía que los espejos atrapaban los rostros de todo aquél que se para ante ellos para mirarse, y dejando volar su raptada imaginación, vio pasar ante ella una nebulosa que envolvía a una mujer de edad avanzada completamente ataviada de blanco.

- No puede ser…-suspiró.- no es posible.

Aligerando su marcha, y sintiéndose perseguida, llegó hasta el rellano de la planta alta. Todo parecía imbuido en una absoluta calma. Las habitaciones, dispuestas a ambos laterales del ojo de luz que daban al patio interior, carecían de vida. Si alguien las ocupaba, se encontraba ausente de la historia que había comenzado a vivir la huésped del hotel. Se sentía sola y desamparada. Aterrorizada, y vulnerable a conocer en primera persona la realidad que cerca, al mundo de lo oculto. A ese mundo que guarda la respiración de los corazones que alguna vez dejaron de latir.

Giró la cabeza. Y la vitrina de caoba tallaba que escoltaba su retaguardia, pareció arrojar el destello de cientos de velas encendidas que proyectaban fantasmagóricas sombras contra los cristales del techo. Oía gemidos y suplicas de auxilio. Y arrastrada por la ilógica de la situación, creó a su alrededor todo un coro de seres que impedían su trayectoria hasta la habitación. Seres carentes de expresión, que reflejaban tristeza a través de sus ojerosas miradas. Seres, muertos en vida. De nuevo, el soniquete de la coplilla de su niñez ganaba fuerza, y el sonido de unos pasos seguros y remarcados, ganaban peldaño a peldaño la escalera pretendiendo llegar hasta ella. Ahogando su llanto y sin dejar escapar el grito que pudiera alertar a los suyos, comenzó a golpear el aire como si en su intento pudiera apartar las imágenes que atormentaban su caminar, y de un brincó terminó de subir el último tramo de escalones que conducían a su dormitorio.

- ¡Quieta! ¿Qué te sucede? –Gritaron a su espalda.-
- ¡Suéltame! ¡Por favor, suéltame! – Contestó desesperada al sentir una fría mano sobre su hombro, al tiempo que se aferraba al pomo de la puerta creyéndose morir.-
- Cariño, soy yo…soy yo.-repetía su marido queriendo tranquilizarla.-
- ¡Suéltame!
- Cariño, despierta…estás soñando…

Al quedarse sola en la habitación, antes de bajar a desayunar, repasó su vivencia nocturna. Ya no sabía muy bien, si sentía miedo o necesidad de hablar con esa mujer de rostro dulce y apacible que vio atravesar el destintado espejo para perderse en la nada de esa otra dimensión. No quedaba más, que esperar a que anocheciera para saber si se sentiría capaz de hacer otra nueva tentativa para encontrarse con sus miedos. Esperar a que el reloj del salón marcasen de nuevo las tres de la mañana para subir con tranquilidad la escalera que le llevara a su habitación."

sábado, 7 de agosto de 2010

II ENCUENTRO INTERNACIONAL "LETRAS DE LA POSADA"



"LA MAGIA DE LA NOSTALGIA" (Termina en comentarios)

Cuando terminó de leer con añoranza las últimas páginas de la novela, se recostó en el mullido sillón de su despacho queriendo saborear una vez más su final. Aún pensativo y metido en la piel de sus personajes, se restregó con las manos sus cansados ojos hasta fijar su mirada en las decenas de diplomas y reconocimientos, cosechados a lo largo de su vida, que colgaban de las paredes concienzudamente ordenados por riguroso orden cronológico.

Eran los recuerdos de toda una vida dedicada en cuerpo y alma a lo que siempre quiso ser desde pequeño. Ahora, en el atardecer de sus días y alejado forzosamente de su profesión, al fin disponía del tiempo y la relajación suficiente para concentrarse en esas etapas repletas de pequeños momentos, que el tiempo se encargó de encerrar en baúles olvidados en los trasteros que componen las memorias de cada ser humano.

Echando la vista atrás, y guiado por la magia de la nostalgia, desempolvó algunos destellos aislados de su niñez, que de manera discordante le llegaban desde un recóndito rincón de su memoria. Inquieto, se incorporó de su asiento queriendo encontrar más nitidez en las imágenes confusas que enturbiaban esos recuerdos, y guiado por el afán de revivir esos instantes se echó a la calle, dejando una breve nota sobre su escritorio.

El viaje, no le resultó largo ni cansado, sino más bien entretenido, y sus ganas por llegar hasta su destino le hicieron olvidar que sus piernas no estaban ya, para saltar jovialmente desde el último escalón del autobús.

- ¡Tenga usted cuidado, abuelo! –gritó otro viajero, agarrándole del brazo para evitar que cayera de bruces contra el suelo.-
- Gracias, no se preocupe. Estoy bien.-contestó, gentilmente.-

Todo parecía muy cambiado. El transcurrir de los años había transformado los alrededores del edificio, dejándolo aún si cabe más aislado de lo que recordaba. La tarde era gris, y el trinar de los pajarillos en busca de un refugio por entre las ramas de los naranjos, contrastaba con el rugir de la hojarasca de la pequeña plaza a medida que avanzaba con su torpe caminar.

A medida que se acercaba a el, las lágrimas comenzaron asomarse tímidamente por el rabillo de sus ojos. No podía creer lo que estaba viendo. Hacía años que no recibía noticia alguna de aquél lugar, pero jamás llegó a pensar que estuviese muriéndose en el abandono, sin que nadie hubiese puesto remedio.

La pintura desecha de su fachada, aún dejaba ver algún que otro hilo de su color original. Maltratada por el paso del tiempo y emancillada por las pintadas y agresiones de los vándalos, todavía guardaba la majestuosidad con la que sus ojos infantiles la recordaban...